miércoles, 25 de enero de 2012

Las abejas y el cambio climático

Miel, cera, polen, flores… abejas. Imágenes que evocan naturaleza, primavera, feraces prados y cantarinos arroyos, imágenes que nos despiertan ideales bucólicos y pastoriles de una arcadia feliz.
Nada más fácil para sembrar alarma que avisar de un inminente desastre en este paisaje idílico: ¡las abejas se mueren por el cambio climático! ¿quién polinizará las bellas flores, qué pasará con la dulce miel?
Pues no, tampoco esta vez era culpa del cambio climático. Resulta que las abejas, como todo bicho viviente, tienen sus parásitos y depredadores, entre ellos la varroa, un ácaro parásito que ha causado multitud de problemas debido a la mala costumbre que tiene de chuparles la hemolinfa a estos insectos cuando están más indefensos, en fase de pupa, un estadio silente de su metamorfosis, a mitad de camino entre la larva y la abeja adulta (imagen de abajo).

Pero tienen más enemigos hasta ahora desconocidos: se ha descubierto en América una mosca parásita que está haciendo estragos en las colmenas. La mosca en cuestión pone huevos en el interior del cuerpo de abejas adultas (imagen de abajo)

Sus larvas se van comiendo a la abeja por dentro hasta que la matan y salen del cadáver (imagen siguiente) para pupar y convertirse en moscas adultas, que se aparearán y buscarán otras abejas para poner sus huevos, cerrando así el ciclo.


Las abejas siguen la estela del oso polar, las medusas, los anfibios, los lagartos y tantas otras especies que han sido usadas para meternos miedo con el cambio climático, especies que, se nos ha dicho, estaban disminuyendo (las “buenas”) o aumentando (las “malas”) como consecuencia del calentamiento global. En todos y cada uno de los casos, sin embargo, se demostraba posteriormente que la variación en su número no era debida al cambio climático sino a la caza abusiva, sobrepesca, enfermedades, parásitos, captura como mascotas etc.
Raramente este descubrimiento posterior de que sus verdaderas causas no tienen nada que ver con el cambio climático, sale en la prensa generalista, la misma prensa que sí se apresuró a destacar en primera plana la alarma zoológica de turno cuando era el calentamiento global lo que se esgrimía como causa.
(moscas parásitas en WUWT aquí):)
Imágenes de varroa:
http://3.bp.blogspot.com/-27Ht-CBPUXM/TaDN6JnogVI/AAAAAAAAAF8/MWqoA6W_RkE/s1600/F8-varroa-on-pupa.jpg

martes, 17 de enero de 2012

Gradualismo y saltacionismo en el clima



A principios del siglo XIX, un debate polarizaba el mundo científico de la época: en un bando se situaban los catastrofistas, con el francés Georges Cuvier (imagen derecha)a la cabeza, y en el otro los gradualistas, con el geólogo escocés Sir Charles Lyell (izquierda) como abanderado.
Cuvier, llamado el padre de la paleontología por sus estudios con fósiles, describía una historia geológica en la que existían largos períodos de estabilidad, en donde las especies permanecían invariables, seguidos de gigantescos eventos catastróficos que exterminaban las especies antiguas. Tras la extinción masiva, Dios creaba una nueva colección de especies que permanecían invariables hasta la siguiente gran catástrofe.
Lyell y los gradualistas, en cambio, no creían en grandes catástrofes, para ellos la historia del mundo es progresiva, gradual, sin más ni mayores catástrofes de las que podemos observar en la actualidad. El gradualismo cree que no hay necesidad de acontecimientos extraordinarios para explicar lo que se ve en los estratos de roca.
La balanza se decantó del lado de los gradualistas a mitad del siglo XIX, fundamentalmente gracias a la enorme influencia de las ideas de Charles Darwin, gradualista convencido.
Darwin explicaba su teoría evolucionista a partir de pequeños cambios, pequeñas diferencias mantenidas en el tiempo. Hasta las extinciones son graduales. Para Darwin, no existen extinciones masivas ni nada que se le parezca.

Tuvieron que pasar más de 100 años para que se atacase de manera efectiva el paradigma gradualista: en la década de los ’70 del siglo pasado, Niles Eldredge (en la imagen) y Stephen J. Gould elaboran su teoría de los equilibrios puntuados o teoría “saltacionista”. Estos paleontólogos, con muchísimos más datos de fósiles y geológicos de los que tuvo jamás Darwin, confeccionan una nueva teoría, similar en muchos aspectos a la catastrofista de Cuvier, pero que no rechaza de plano las ideas darwinistas: para ellos las especies evolucionan por selección natural, tal y como creía Darwin, pero esta evolución no es un proceso gradual y continuo, sino brusco y discontinuo, es decir, “a saltos”, un proceso en el que se alternan largos períodos de estasis, con poco o ningún cambio en las especies, con cortos períodos de crisis que ocasionan grandes extinciones, seguidos de rápida evolución y diversificación de las especies supervivientes, lo que genera nuevas especies adaptadas a los ambientes que han dejado libres las especies extintas, y vuelta a empezar.
Los descubrimientos, en la década de los ’80 de extinciones masivas al final de la era de los dinosaurios por los americanos Luís y Walter Álvarez (padre e hijo, cuya familia es de origen asturiano, en la imagen Walter), atribuidas al choque de un gran meteorito o asteroide, refuerzan las teorías de Eldredge y Gould. Hoy en día, la mayoría de los científicos creen en las extinciones masivas.
Pero, ¿son solo caídas de objetos celestes las que causan las extinciones o hay algo más?
Lo cierto es que, entre las grandes extinciones hay otras, no tan masivas ni tan globales, que podrían atribuirse a catástrofes de otro tipo, como supervolcanes, supernovas y grandes cambios climáticos de origen aún desconocido.
Si afinamos más, podemos ver que, incluso en los periodos de aparente estabilidad, se produce alguna extinción aislada, así como cambios en la distribución de muchas especies, algunos de ellos bruscos.
Por otro lado, si miramos al registro de temperaturas globales o a las temperaturas sacadas de los núcleos de hielo glaciar de la Antártida y Groenlandia, lo que vemos es un conjunto de picos y valles a veces muy profundos, en nada comparables a cambios graduales y sí a saltos. Estos cambios bruscos se pueden observar también en ciclos solares y registros oceánicos.
Es decir, que el viejo paradigma del gradualismo está en franco retroceso hoy en día.
Si se miran los registros a la luz del nuevo paradigma saltacionista se da uno cuenta de que la obsesión por las medias no tiene mucho sentido en el mundo real, ya que la media es un estadístico más, un valor que raramente tiene existencia salvo en breves instantes, y que solo sirve para hacernos una idea muy burda, muy “grosso modo”, de la realidad. Es mucho más útil y práctico ver la evolución de la temperatura a nivel regional e incluso local, pero si insistimos en querer conocer la temperatura global por aquello del miedo a la subida del nivel del mar, el deshielo de los glaciares o cualquier otra supuesta amenaza, deberíamos también intentar mirar las gráficas a la luz del nuevo paradigma: no tanto con rectas de regresión y tendencias lineales (la “brocha gorda” que nos proporciona poca información, y que además suele ser fácil de manipular por unos y por otros) como con escalones, saltos bruscos que nos llevan a períodos de relativa estabilidad, más cálidos o más fríos (ver aquí un ejemplo en la temperatura superficial oceánica por Bob Tisdale).


En realidad no es extraño que así suceda, dado que el clima tiene mucho de caótico y los sistemas caóticos suelen tener “atractores” (imagen: atractor de Lorenz), es decir, situaciones más o menos estables alrededor de los cuales gira u oscila el sistema durante un tiempo para cambiar bruscamente a otro nivel buscando otro atractor, alrededor del cual oscilará el sistema en un nuevo periodo de estabilidad antes del siguiente salto (ver aquí:).