sábado, 22 de octubre de 2011

Verdades a medias sobre el Dr. Muller y el calentamiento global


Estos días se habla mucho en los medios de comunicación masivos de un científico, el Dr. Richard Muller (en la imagen), por las declaraciones efectuadas (ver aquí) a raíz de la publicación de un trabajo sobre registros de temperatura patrocinado por la Universidad de Berkeley llamado BEST (Berkeley Earth Surface Temperature) y del que él ha sido uno de sus principales científicos. En la jerga habitual cuando hablan del tema los medios, se dice que este señor, que antes se inclinaba hacia posiciones escépticas, luego de hacer el citado estudio con miles de datos de temperaturas de todo el mundo, ha cambiado de opinión y ahora está convencido de que existe el calentamiento global, y como corolario, invita a los escépticos a dejar de serlo definitivamente.

Pero esa no es la verdad. Al menos, no toda la verdad.

Como, desgraciadamente, pasa siempre con este tema, los periodistas amarillistas seleccionan una parte de las declaraciones de los científicos, la que favorece a sus intereses corporativos y a su línea editorial, y ocultan la parte que no les interesa. ¿Por qué digo esto?
Empecemos por las verdades:

Es cierto que el Dr. Muller ha coordinado un estudio sobre miles de datos de temperaturas utilizando varias colecciones de registros de temperaturas, como los americanos GISS y NCDC y el británico HadCRU. También es cierto que el Dr. Muller, basándose en su estudio, ha declarado que ha existido un calentamiento en el último medio siglo de cerca de 1ºC.
Eso es todo con respecto a la verdad publicada en titulares.
Lo que no dicen los medios de comunicación, en sus calentólogos cortes publicitarios, es que el Dr Muller también ha afirmado:

1. Que el registro de temperaturas en que se basa su estudio está incompleto, sobre todo en lo referente a los océanos (que, no lo olvidemos, cubren un 71% de la superficie terrestre)
2. Que el mencionado registro incluye graves errores y sesgos, citando el informe del meteorólogo Anthony Watts en donde se descubre que los registros de un 70% de las estaciones meteorológicas de Estados Unidos están contaminados por efectos como el de isla de calor urbano al ir creciendo las ciudades en que se ubican.
3. Que, como consecuencia, el margen de error de las estaciones es muy grande, tanto que es, al menos, tres veces mayor que el aumento estimado de las temperaturas (0,64ºC) que sostiene el IPCC que se ha producido.
4. Que el número de huracanes a los que se les ha puesto nombre ha crecido, pero que esto es en gran parte debido a una mejor detección de éstos en lugares remotos gracias a los satélites y las modernas boyas, ya que antes pasaban desapercibidos, lo que explica el por qué el número de huracanes que golpean América ha descendido.
5. Que lo mismo pasa con los tornados: se detectan más ahora debido a los radares pero el número de los que tocan suelo y hacen daño ha descendido.
6. Que la variabilidad a corto plazo en las temperaturas de Estados Unidos ha ido en descenso desde 1800, lo que sugiere un clima más estable.
7. Que, según su estudio, un tercio de las estaciones meteorológicas mundiales han registrado enfriamiento global y dos tercios calentamiento, (es decir, un porcentaje significativo muestra enfriamiento).

Como vemos, muchas de las afirmaciones del científico, están abiertamente en contra de los alarmismos de muchos políticos y medios de comunicación. Pero ahí no queda la cosa:

Si analizamos el trabajo de Muller, encontramos que los registros, aparentemente independientes, en los que se ha basado, no lo son en cuanto al origen de los datos sino en cuanto a la metodología para tratarlos, es decir, la estadística que se ha usado es distinta en las distintas fuentes de donde los ha extraído él, pero los registros propiamente dichos son los mismos,por tanto si están contaminados y son incompletos, el error que se extrae de ellos puede ser muy grande, dando pie a “cocinas estadísticas” es decir, “arreglos” más o menos sesgados con la excusa de mitigar los sesgos y rellenar los huecos, lo que explica por qué las curvas de temperatura son distintas según quién las publique.

Tampoco dicen los medios que, según donde coloquemos el inicio de una serie de datos de temperatura, el resultado final será un número u otro. Me explico:
Si comenzamos la serie en un año relativamente frío como fue el año 1945 y lo terminamos en un año relativamente cálido, como fue el 2010, la diferencia será mucho más grande que si empezamos solo 5 años antes, en 1940, que fue un año relativamente cálido, y terminamos en 2008, que fue un año relativamente frío.
Por supuesto, no se dice nada de los demás registros de temperatura, como los satelitales, mucho más fiables y completos al abarcar también los océanos. ¿Será porque no muestran tanto calentamiento?.

Por último, hay que decir que, al contrario de lo que se desprende de la propaganda oficial, la inmensa mayoría de los escépticos no niegan que se haya producido calentamiento global, ni siquiera que este calentamiento haya sido provocado en parte por el ser humano, lo que dicen es que este calentamiento ha ocurrido fundamentalmente por causas naturales, que no es necesariamente malo, y que el calentamiento producido por el hombre es solo una pequeña parte de él.

Para saber más:
Blog del estadístico Briggs
http://wmbriggs.com/blog/?p=4525
Best en WUWT
http://wattsupwiththat.com/2011/10/20/the-berkeley-earth-surface-temperature-project-puts-pr-before-peer-review/
Declaraciones de Muller:
http://online.wsj.com/article/SB10001424052970204422404576594872796327348.html#printMode

domingo, 16 de octubre de 2011

Supervolcanes y cambio global


A menudo oímos decir que el planeta está enfermo, que la polución, el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, la contaminación acústica y lumínica, la pérdida de biodiversidad y otras lacras están “destruyendo la Tierra irreversiblemente”. Dicho esto, a continuación se señala al culpable: el Hombre. Pero no un ser humano cualquiera, no. El monstruo asesino es el hombre occidental, el urbanita del primer mundo, ése es el malo, el que está matando el planeta, con sus industrias y sus automóviles contaminantes.
La gente cree estas afirmaciones entre otras razones porque ha sido educada en la aceptación de que existe una verdad absoluta, revelada bien por los sacerdotes, en el caso de gente creyente, bien por los científicos, en el caso de gente agnóstica, y que esta verdad ya se conoce, al menos en sus rasgos fundamentales.
Pero no es así.
Al menos desde el punto de vista de la ciencia auténtica, la que emplea el método científico, los fenómenos que observamos a nivel global están poco o nada entendidos, y nos queda mucho camino y muchos experimentos por realizar para, siquiera, atisbar una pequeña parte del futuro más próximo de nuestro planeta.
Sin embargo algunas cosas sí sabemos.
Por ejemplo, sabemos que esos desastres que nos anuncian no son nada comparados con los desastres derivados de fenómenos naturales como los supervolcanes.
Un supervolcán (ver aquí) es un volcán que produce las mayores y más voluminosas erupciones de la Tierra. En realidad no es un término científico sino periodístico, pero se ha popularizado en los últimos años. Incluso los científicos lo emplean en referencia a erupciones que expulsen unas 50 veces la masa que expulsó el Krakatoa en su última erupción paroxística allá por 1883 (ver aquí).
En los últimos cientos de miles de años ha habido muchas erupciones de supervolcanes. Una de las más conocidas es la del Toba, en Indonesia, hace unos 70.000 años (ver aquí). Solo esta única erupción mató al menos al 60% de los seres humanos que entonces habitaban el planeta. Y no es de las más grandes. La erupción del supervolcán que hay en el Parque Nacional de Yellowstone en Estados unidos dejará pequeña la del Toba cuando se produzca. Y algunos científicos afirman que podría producirse en un futuro no muy lejano, debido a que la periodicidad que tiene este supervolcán es de unos 600.000 años y la última erupción se produjo hace ya 640.000 años.
Las erupciones de supervolcanes no son los únicos fenómenos naturales capaces de extinguir o, al menos diezmar de manera significativa a la humanidad. Otros peligros, como el choque de cometas o asteroides contra la Tierra también amenazan desde el espacio aunque éstos, teóricamente al menos, podrían ser desviados si se los detecta con la suficiente antelación.
Es curioso que los mismos que nos quieren hacer gastar cientos de miles de millones de dólares en intentar prevenir supuestos peligros artificiales como el calentamiento global, no mencionen los verdaderos peligros que amenazan la humanidad, que no son otros que los naturales, y regatean el dinero necesario para estudios más profundos sobre las causas que nos permitan, si no evitar las erupciones o los choques de cuerpos celestes, sí detectarlos a tiempo y estar preparados para paliarlos cuando ocurran.
Cuando empezaron las alarmas climáticas en los años 60, se habló de que con nuestros aerosoles estábamos causando enfriamiento global, luego el clima cambió y al enfriamiento le siguió una etapa de calentamiento, así que se dijo que estábamos provocando un calentamiento global con nuestro CO2. Cuando el calentamiento paró, allá por el año 1998, se dijo que causábamos un cambio climático, aumentando los fenómenos extremos. Últimamente se hablaba de un “cambio global” catastrófico, por supuesto causado por el Hombre, metiendo en el mismo saco las alarmas climáticas, la supuesta extinción masiva de especies, el agujero de la capa de ozono e incluso los tsunamis.
Por eso me ha sorprendido ver que, en las manifestaciones de indignados del 15 de octubre, uno de los eslóganes más repetidos fuera “por un cambio global”, en sentido positivo, por supuesto.

¡Qué poco duran los eslóganes últimamente!

miércoles, 12 de octubre de 2011

Volcanes submarinos y clima


Estamos asistiendo al nacimiento de un volcán en la isla de El Hierro, la más occidental de las islas Canarias (ver aquí). Se han producido ya las primeras erupciones. Es un acontecimiento extraordinario, entre otras cosas porque la última erupción en Canarias y en toda España, fue la del Volcán Teneguía (imagen de arriba) en la isla de La Palma, hace ya 40 años.
Se pueden ver fotos y reportajes de evacuados, unidades militares yendo de aquí para allá…
Pero no hay imágenes del volcán.
Y no las hay porque el volcán es submarino.
La mayoría de los volcanes de la Tierra son submarinos (ver aquí) y no se ven. Pero sus efectos podrían notarse más de lo que algunos están dispuestos a admitir.
Y es que existe una teoría que enlaza los movimientos del Sol alrededor del baricentro (el centro de gravedad del Sistema Solar) y la actividad volcánica: según Eduardo Ferreyra (2010), que cita estudios de la astrónoma checa Ivanka Charvatova, el sol describe dos patrones de movimientos alrededor de ese baricentro: en el patrón ordenado, dibuja una especie de trébol, y en el caótico, sus órbitas son desordenadas. Estos patrones se repiten de manera cíclica cada 178,7 años. La parte ordenada del ciclo dura unos 50 años, la útima ocurrió entre 1910 y 1960. Después de un periodo de transición, la parte caótica del ciclo empezó en 1990. Cuando el sol entra en la fase caótica, la actividad volcánica es mayor, tal y como ocurre en estos momentos con muchos volcanes en activo (recuérdese el año pasado el Eyjafjallajökull islandés, el Chaitén en Chile, el volcán de El Hierro actualmente, etc.)
De todas formas, como la mayoría de los volcanes son submarinos y sus erupciones pasan desapercibidas (si no están cerca de islas habitadas como las Canarias), es difícil establecer con precisión una estima de la actividad volcánica global y se hace indirectamente a través del velo de polvo de la atmósfera.
Queda por descubrir la conexión entre estos dos fenómenos, pero lo que está claro es la conexión entre la actividad volcánica y el clima: cuando aparecen fuertes erupciones volcánicas con emisiones de partículas que llegan a la estratosfera, como ocurrió en 1991 con el volcán Pinatubo en Filipinas, la temperatura global desciende por el efecto de sombrilla que ejercen las cenizas volcánicas.
El aumento de la actividad volcánica se añadiría a la débil actividad solar que se prevé para la segunda mitad de esta década, lo que provocaría un incremento del enfriamiento global, tal y como ocurrió durante el mínimo solar de Dalton, entre 1790 y 1830 con la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, en abril de 1815.

Referencias: Ferreyra, E. (2010) Clima feroz. Lulu enterprises inc.

domingo, 2 de octubre de 2011

Más evidencia a favor de la conexión Sol-clima



El Sol, como casi todo en la Naturaleza, pasa por ciclos de mayor o menor actividad. El más conocido es el “Ciclo Solar” por antonomasia, que dura 11 años de media, pero se han descubierto otros de 22, 53, 88, 106, 213 y 420 años, y no es descartable que existan otros más largos aún como el de 1.500 años, que postulan algunos estudiosos del tema. Estos otros ciclos se superponen al ciclo de 11 años, haciéndolo más o menos fuerte y duradero.
El panel climático de científicos de la ONU (IPCC) - que, por cierto, se está descubriendo ahora (ver aquí) que está fuertemente infiltrado por activistas de organizaciones ecologistas como el WWF- ha intentado esconder el hecho de que el Sol es la estufa que calienta la Tierra, asignándole, en sus modelos climáticos, una importancia menor que la de los gases invernadero, especialmente el CO2. De hecho, el IPCC sólo tiene en cuenta los ciclos de 11 años, despreciando los demás, y aun en éstos, sólo se fija en un parámetro solar: la luminosidad total que es, curiosamente, el valor que menos varía durante el ciclo de 11 años, con una variación de entre el 0,10 y el 0,15 en los últimos ciclos. Pero, mal que les pese a los activistas pro-calentamiento antropogénico, hay otros parámetros solares que sí varían mucho durante el ciclo solar como los rayos ultravioleta (hasta un 30% de variación), los rayos X (hasta un 100%) y, por supuesto, también la actividad magnética, responsable de las manchas solares el viento solar y las erupciones solares que lanzan enormes cantidades de partículas cargadas al espacio, algunas de las cuales llegan a la Tierra produciendo las auroras polares.
Sobre este asunto, el profesor danés Henrik Svensmark elaboró, hace ya más de una década, una hipótesis sobre cómo pueden influir en el clima las emisiones solares, como el viento solar y las grandes erupciones de masa de la corona solar. Svensmark postula que la producción de nubes se ve afectada por la mayor o menor cantidad de rayos cósmicos que llegan a la Tierra. Estos rayos son partículas cargadas, procedentes de explosiones estelares de tipo supernova que ocurren en las estrellas en la última etapa de su vida, partículas que llegan a la Tierra constantemente, conocidas desde principios del siglo XX, pero de las que no se sabían sus efectos hasta ahora.
El Sol, en sus épocas más activas, mediante el viento solar y las erupciones de partículas, rechaza e impide el acceso de gran parte de estos rayos a la atmósfera. Por el contrario, cuando está en el mínimo del ciclo, la cantidad de rayos cósmicos que alcanzan la Tierra es muy superior. Si hay más rayos cósmicos, se incrementarán las nubes y el planeta se enfriará y si hay menos ocurrirá lo contrario.
La teoría ya fue puesta a prueba con éxito en un experimento realizado en 2007 en una cámara de burbujas de Coopenhage. Sin embargo, este experimento no podía controlar bien la cantidad de rayos cósmicos que se utilizaban, puesto que no tenían modo de producirlos y usaban los naturales, y no es fácilmente predecible qué cantidad exacta de éstos caerá en un momento dado. Este verano, sin embargo, por fin se realizó un experimento llamado CLOUD (nube en inglés) en el acelerador de partículas más grande del mundo, el del CERN de Ginebra. Este aparato sí puede producir rayos cósmicos artificiales, que pueden controlarse a voluntad e ir variando su cantidad para ver qué ocurre.
¿Y qué ocurrió? Pues que fue todo como Svensmark había predicho: se produjeron más núcleos de condensación de nubes cuantos más rayos cósmicos incidían (ver aquí).
La teoría está probada. El Sol afecta al clima por muchas más vías de las que los calentólogos del IPCC están dispuestos a admitir.
Esto se suma a los recientes estudios que confirman lo que ya se sabía por simple deducción, pero que los recalcitrantes miembros del panel climático de la ONU se negaban a admitir, esto es: que las nubes enfrían por el día más de lo que calientan por la noche, hasta 40 W/m2 más de enfriamiento en total (ver aquí) Es decir, cuantas más nubes, más se enfría el planeta.
Si uno entra a su casa en invierno y nota más calor o más frío del habitual, lo primero que hace es mirar qué le pasa a su estufa. Desde luego, lo que no hace es ponerse a analizar el aire a ver si hay más o menos CO2 (si lo hiciese seguramente le tacharíamos de loco).
El Sol es nuestra estufa. Deberíamos mirar a ver qué le ocurre más a menudo.