sábado, 6 de noviembre de 2010

El gorro de gnomo (relato)

Paseaba por el campo un hermoso día de otoño. A la izquierda, un enorme pino carrasco llamó mi atención. Me acerqué. Había un gorro rojo de gnomo colgando de una rama. Lo cogí y metí la mano dentro. No había nada, pero el interior era verde. Se me despertó la curiosidad, así que lo volví del revés como un calcetín. Sentí, más que vi, a un pajarillo haciéndome cosquillas en una de mis ramas. Le pregunté qué hacía pero no me contestó, en su lugar se dio la vuelta y se alejó volando. Noté que una larva de cigarra se estaba comiendo una de mis raicillas. Me dije a mí mismo que no importaba, tenía miles de aquellas raicillas y, además, en otoño los hongos me formaban estupendas micorrizas en las otras raíces, así que tenía asegurados los oligoelementos que necesitaba para el invierno. Por la distante carretera sentí pasar un vehículo. Al poco tiempo me llegó su olor. Parecía que quemaba mal la gasolina, qué pestazo!.
Pasaron los meses. En un frío día de invierno, una nevada me rompió dos de mis mejores ramas. No me gusta el frío, y lo pasé muy mal hasta que empezaron a alargar los días. De repente, llegó la Primavera. Un hermoso pino cercano me invitaba a reproducirme. Qué guapo era, con sus ramas cuajadas de piñas!.
Ahora te complazco -le dije-. De inmediato comencé a emitir mi bello polen dorado. El viento lo llevaba hacia el sur, hacia mi compañero y estaba ya llegando cuando cambió el viento y se dispersó hacia el este. ¡Qué desgracia, tanto polen desperdiciado!. Menos mal que al día siguiente volvió a cambiar el viento y entonces sí, lo bañé completamente con mi polvo de vida. Él me correspondió unos pocos días más tarde. Mis conos femeninos se hincharon de emoción cuando les llegó su polen.
Pasaron los años. Los coches de la carretera ya no tiraban tanta peste, y yo disfrutaba cuando me llegaba su CO2. En cambio, el clima se hizo más frío. Odio el frío, me rompe las ramas en invierno con la nieve y el viento, y los veranos frescos que hacen últimamente, no me dejan crecer bien. Menos mal que, al menos, parece que el aire tiene más CO2 que antes.
Un hermoso día de otoño se acercó a mí una chica rubia. Encontró el gorro de gnomo en el suelo. Lo cogió y le dio la vuelta como un calcetín. Noté algo raro en la cara. Me toqué y era la barba, que había crecido mucho. No veía bien, era por mi pelo que me caía en largas greñas por la cara, así que lo aparté. Al hacerlo me di cuenta que era blanco. Me asusté y me fui a un pueblecito cercano de donde había salido para dar el paseo. Parecía distinto, había más casas. La gente me miraba raro y yo a ellos. Sus ropas no eran normales, iban como si estuviesen vestidos para carnaval. Entré en un bar y me fui directo al cuarto de baño. Me miré en el espejo. Parecía Ben Gun, el salvaje de La Isla del Tesoro. Cuando salí pregunté qué día era hoy. Me dijeron que 27 de octubre. Yo había salido a pasear el 21 de octubre de 2010, así que había estado fuera 6 días. Algo seguía sin cuadrar. Pregunté entonces el año. Me dijeron 2038.
Un hombre entró apresuradamente en el bar y se puso a preguntar a todo el mundo si habían visto por allí a una chica rubia.

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