La teoría de que el efecto invernadero del CO2 es el que gobierna el clima fue establecida hace ya más de un siglo por el gran químico Arrhenius. La hipótesis de arrhenius no pasó de ser una oscura teoría científica más hasta que fue rescatada del olvido por los trabajos de Callendar (1958) y Keeling (1986) que creían en la hipótesis de un aumento de CO2 atmosférico propiciado por la quema de combustibles fósiles. La teoría fue entusiásticamente abrazada por el movimiento ecologista radical como si fuese una verdad revelada por el Altísimo (o sea, Gaia, el Planeta, la Naturaleza o “la Pachamama”). Los activistas vieron en ella un arma poderosa para imponer sus ideas apocalípticas sobre los infinitos males de la revolución industrial. Lo demás es ya conocido por los lectores del blog: creación del IPCC de la ONU y satanización política y mediática del CO2. Hoy en día la teoría es el paradigma dominante en climatología, al menos oficialmente.
Las cosas cambian, sin embargo, y hace ya tiempo que se está acumulando una creciente evidencia que demuestra, cada vez más claramente, que el aumento o disminución del CO2 no es más que un fenómeno secundario, una consecuencia de la mucho más poderosa acción de otros factores totalmente naturales como el sol y los ciclos oceánicos, factores, estos sí, capaces de gobernar por sí mismos los cambios climáticos.
Entonces, ¿por qué se mantiene la creencia en el CO2 como motor del clima?
Según el historiador de la ciencia I. B. Cohen (1988):
“los sistemas científicos nuevos y revolucionarios suelen encontrar oposición: casi nadie los recibe con los brazos abiertos porque los científicos que ya han triunfado tienen un interés intelectual, social e incluso económico en mantener el statu quo”
Siglo y medio tardó el heliocentrismo en imponerse desde que se dio a conocer oficialmente la teoría de Copérnico (imagen)en 1543 y no fue Copérnico en el siglo XVI sino científicos del siglo XVII como Kepler, Galileo, Giordano Bruno o el mismo Newton, los que, jugándose literalmente la vida, (a Giordano Bruno lo quemaron en la hoguera por ello) terminaron por convencer al mundo de que abandonaran de una vez las antiguas teorías gerocéntricas.
Las teorías de Friis Kristensen y Lassen sobre el largo del ciclo solar, de Svensmark sobre la influencia de los rayos cósmicos, de Roy Spencer sobre la influencia de los ciclos oceánicos o de Richard Lindzen sobre el “efecto iris” de las nubes en los trópicos por nombrar solo algunos, no han roto aún, al menos oficialmente y a nivel de la opinión pública, el paradigma del CO2. Y no lo han hecho porque el tema no es solo científico sino también ideológico. Demasiada gente prestigiosa está comprometida con el antiguo paradigma. Esto puede causar el llamado en historia de la ciencia, problema de Planck (en honor al físico Max Planck que lo formuló) que, según M. Shermer (2010) dice así:
“las invenciones científicas importantes rara vez se abren paso gradualmente, ganando a los adversarios para su causa y convirtiéndolos a la nueva idea. Ocurre más bien que esos adversarios van muriendo gradualmente y que las nuevas generaciones se familiarizan con la idea desde un principio”
Es seguro que un gran número de científicos que han estudiado el asunto saben ya que el antiguo paradigma del CO2 está muerto, pero se resisten a enterrarlo y abrazar las nuevas ideas porque hay intereses económicos en juego: ellos mismos no recibirían las subvenciones que reciben si se pasasen al “enemigo”: se calcula que los científicos que apoyan el paradigma del calentamiento global antropogénico obtienen 10 veces más dinero para sus proyectos que los que no lo apoyan. Además, no solo reciben más dinero, sino también más facilidades para publicar sus trabajos en revistas prestigiosas lo que, a su vez impulsa más sus carreras.
Todo esto nos lleva a preguntarnos: ¿Tendremos que esperar otros 100 años para que caiga el paradigma del CO2?
Quizás.
O quizás no: La revolución copernicana tardó más de un siglo en imponerse, pero la revolución darviniana (Darwin, imagen derecha), semejante en importancia, no llegó a un siglo y la revolución einsteniana(Einstein, imagen derecha) tardó menos aún.
Quizás las nuevas tecnologías marquen las diferencias con estas revoluciones antiguas y las nuevas ideas se abran paso más rápidamente esta vez. ¿Quién sabe?
Yo, desde luego, voy a hacer todo lo posible para que así sea.
Referencias:
Callendar, G.S., 1958. “On the amount of carbon dioxide in the atmosphere.” Tellus, Vol. 10, pp. 243-248.
Cohen, I. B. (1988) Revolución en la ciencia, ed Gedisa, Barcelona.
Keeling, C.D., 1986. “Reassessment of late 19th century atmospheric carbon dioxide variations.” Tellus, Vol. 38B, pp. 87-105.
Shermer, M. (2010). Las fronteras de la ciencia. Ed. Alba. Barcelona.
Climate Justice for Thee But Not for Me
Hace 32 minutos
El artículo es muy interesante; pero acoto que Giordano Bruno no fue quemado por apoyar el heliocentrismo.
ResponderEliminarLassen en el año 2000 revisa sus cálculos de 1991 y reconoce que el ciclo solar no puede explicar el aumento de 0,4 ºC de la temperatura global desde 1980, solo en 20 años.
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