martes, 4 de mayo de 2010

hombres lobo, brujas y CO2


Una constante histórica que se repite una y otra vez desde la antigüedad clásica, es la creencia en que el ser humano puede influir con sus actos en los fenómenos meteorológicos. Ya los antiguos griegos y romanos hacían que sus dioses más poderosos fueran los que controlaban el clima (a Zeus-Júpiter se le representa siempre con rayos en la mano) y fulminaban a su antojo con terribles rayos, inundaciones o cualquier otro desastre natural a quienes se oponían a sus mandamientos. Las clases dirigentes de todas las culturas, desde siempre han utilizado la ignorancia de la gente común en asuntos de climatología para imponer su dominio asustando con catástrofes a quienes contravenían sus designios.
En la Edad Media y Moderna eran comunes las rogativas contra las sequías, pidiendo lluvia y ofreciendo a cambio toda clase de penitencias y oficios religiosos. También en otras culturas no europeas, como los indígenas de América del Norte se encuentran estas rogativas (la Danza de la Lluvia). Según la astrofísica americana Sallie Balliunas, las catástrofes climáticas derivadas del advenimiento de la Pequeña Edad del Hielo contribuyeron a finales del siglo XV a la institucionalización de la caza de brujas, con persecuciones y ejecuciones de personas en nombre de la precaución, ya que se pensaba que eran culpables de las terribles riadas, sequías y tormentas que abundaban por aquella época y que degeneraban en hambrunas y epidemias favorecidas por la desnutrición, como la tristemente célebre peste negra del siglo XIV que mató a millones de personas.
La persecución se extendió a los llamados “hombres lobo”, personas enfermas por comer pan de centeno contaminado por un hongo alucinógeno. Esto se sabe por estudios geográficos en zonas de Francia y Alemania que sufrieron especialmente los fríos inviernos de hace 400 años. Cuando se compararon estas zonas con el mapa de los pueblos y ciudades en donde los juicios contra brujas y hombres-lobo habían sido especialmente numerosos, se vio que coincidían casi exactamente. Lo que sucedía en estas regiones era que el trigo moría de frío, pero el centeno sobrevivía al ser más resistente, así que los nativos no tenían más remedio que comer pan hecho con este cereal, sin percatarse de que a veces estaba contaminado por un hongo, el cornezuelo del centeno, (imagen de arriba) que contenía ergotina, un potente alucinógeno con propiedades parecidas a la droga LSD. Se cree además que las condiciones climáticas fueron especialmente favorables para este hongo. Los efectos de la ergotina hacían pensar que estas personas estaban poseídas por el Diablo, así que se les consideraba responsables de todos los males que acontecían. La misma suerte corría también cualquier disidente de la ortodoxia (el consenso) dominante. Como era necesario probar que habían sido ellos los causantes de los desastres, se les torturaba hasta arrancarles su confesión y luego se les daba muerte. Estas confesiones eran un refuerzo para el pueblo, que veía como necesarios estos ajusticiamientos. No obstante, siempre hubo mentes preclaras que vieron lo aberrante de este sistema, como Nicolás de Cusa o Erasmo de Rótterdam, en el siglo XVI, desgraciadamente estaban en franca minoría y no podían disentir demasiado, por temor a que les ocurriera lo mismo que a los herejes.
Afortunadamente, ya pasaron los tiempos en que se creía en brujas, pero la creencia de que el ser humano puede, con sus actos, modificar el clima, se ha mantenido en el tiempo y hoy vemos activistas que controlan su “huella de carbono” (sus “pecados” contra el Planeta) en un curioso paralelismo con los flagelantes y ascetas medievales, y se venden a los países “derechos de emisión” de CO2 que serían el equivalente moderno de las bulas papales del medievo. Los derechos de emisión vienen a ser, en realidad, lo mismo: un permiso para contaminar con el gas satánico CO2, permiso que otorgan los nuevos “sumos sacerdotes”, es decir, el IPCC de la ONU, dinero que va a parar a los países que han dejado de emitir por diversas razones, pero que también se queda en parte en manos de intermediarios que extraen pingües beneficios de estas transacciones.

2 comentarios:

  1. Ninguna broma esa comparación medieval y religiosa. Los hombres han enfadado a los dioses (Gaia) por su pecado (industrialización), y han sido expulsados del paraíso (calentamiento global). Y deben expurgar su culpa mediante la penitencia (encarecimiento de la energía y empobrecimiento). De paso, la ciencia funciona por consenso (muerte al hereje), y mediante la magia (modelos matemáticos), en vez de la observación.

    Ninguna broma. Están en juego los más profundos miedos de una humanidad infantiloide.

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  2. Ya he leído 4 o 5 de tus artículos de una sola vez y éste, me parece excelente. Yo tengo un blog en el que escribo sobre política y otro sobre filosofía y te juro que "me robaste" la idea. Precisamente llegué a tu blog buscando información para escribir un artículo de semejantes características. Creo que no es sólo una analogía lo que planteas al describir las creencias masivas antiguas, con las actuales, sino que además, hay una clara línea de continuidad. Se podría decir incluso que estamos acostumbrados a creer ciertas cosas y lo que ha cambiado no es eso, en realidad lo único que ha ha cambiado son los "argumentos" que usamos para defender o sostener una creencia, un sentimiento, una relación con el mundo, esa costumbre, esa inercia ni siquiera es mental, es emocional, está, como diría Jung, en el Inconsciente Colectivo más profundo.
    Felicitaciones por tu trabajo, seguiré leyendo con interes

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